lunes, 8 de febrero de 2010

AI del 4 de febrero

Hace un año, J. N. Mattis un comandante del ejército de Estados Unidos se refirió a México como un Estado Fallido. La definición formal del término se refiere sobre todo, a la erosión de la autoridad para hacer efectivas las decisiones colectivas, y a la pérdida del monopolio legítimo de la violencia sobre su territorio y sus habitantes. Todos nos acordamos del grito en el cielo que pegaron las distintas personalidades del ámbito público del país, sin embargo, si el concepto de “Estado Fallido” podría parecer algo exagerado, la violencia diaria que se vive en México no es seguramente la característica de un “Estado Exitoso”.

Y esta realidad en donde los ciudadanos viven entre el fuego cruzado y la ley del más fuerte de un Viejo Oeste tropical, va más allá de los horizontes de la violencia física, esta violenta realidad no puede ser interpretada de otra forma que como la prueba contundente de que el país ya dio de sí. En otras palabras, el México del 2010 ha desbordado las instituciones del México de la Revolución de 1910. Ante esta evidencia, el entumecimiento del modelo económico, la ineficacia del sistema político y las raíces del deterioro social dejan de ser un enigma, y se entienden como la consecuencia de un Estado que no ha asimilado la nueva realidad en la que se encuentra.

Pero para protegernos del fatalismo, esta simple observación se inscribe en una corriente de voces que instan al “cambio”. Una reforma de gran magnitud que traduzca esa necesidad de cambiar de paradigma para entender la nueva realidad ante la que nos enfrentamos. Este 2010 resulta ser un marco propicio para incluirnos en la discusión de ese tránsito largo y lento, que comenzó probablemente con las reformas políticas de 1977, y que continúa al día de hoy, habiendo pasado por la autonomía del IFE de 1997 y la alternancia política del 2000. Para esto, la participación de las voces civiles es indispensable para no repetir el gran error que nos ha significado el haber dejado a los políticos decidir “por” nosotros y no “para” nosotros.

En este proceso largo de transición, el relevo generacional resulta fundamental para la refundación del país que nos permita reducir la distancia que existe entre lo que es hoy, y su amplio potencial. ¿En qué consiste esta transición? Fundamentalmente, en los esfuerzos por descentralizar el poder político para así asegurar la participación social en las decisiones colectivas; en la articulación de un andamiaje institucional de redistribución de la riqueza con un proyecto nacional de lucha en contra de la pobreza; en que los actores privados asuman su responsabilidad social para la regulación de un modelo propio de crecimiento económico; y en encontrar los mecanismos para que el Estado garantice efectivamente las libertades individuales de todos los mexicanos. Sólo a partir de la resolución de estos conflictos, se podrá formular un proyecto de política exterior que nos permita anclar la posición de México en el mundo como lo que es, un país en busca de su desarrollo.

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