jueves, 16 de octubre de 2008

Se acabó...

Y abrí los ojos y se había acabado mi viaje a México.

Ojalá toda la vida pudiera pasarla de viaje, renovando buenas amistades, mejorando las que no lo son tanto y comenzando con ilusión algunas nuevas. Mis vacaciones de este año se acabaron, de aquí hasta diciembre, el lunes a chambear. Las cinco horas de camión hasta el DF para pensar en escribir esta entrada, las once horas de avión para reflexionar acerca de lo que hice, lo que me faltó por hacer y lo que quiero hacer el próximo año cuando regrese, porque seguro regreso, aunque no sepa cuándo exactamente. Desde hace un año creo, se me ha hecho la costumbre de dividir mi año en dos, antes y después de mi viaje a México, el segundo evidentemente es un periodo mucho más reducido, pero a lo mejor mucho más productivo. Las veces en que he regresado siempre lo hago con ideas nuevas, despejado de mente y con ganas de lustrar mis zapatos viejos, aunque casi nunca lo logre, casi nunca, esta vez sí.

Ojalá toda la vida la pudiera pasar de viaje, ojalá mis estancias siempre fueran bien recibidas, ojalá tuviera hermanos en cada puerto. Pero el tiempo pasa rápido y yo sé que dentro de poco estaré ya empacando de nuevo para subirme al tren otra vez. Ojalá la tuviera siempre para compartir esta vida con visa de turista permanente. Hoy me gustaría tener la profesión de ‘cazador de playas’, para que fueran ellas los objetivos únicos de mis viajes. Las olas, ellas, serían las encargadas de sellarme el pasaporte mientras que la arena fungiría como mi suvenir de coleccionista. Ayer quería ser ‘cazador de pinturas’, ir de país en país, de ciudad en ciudad conociendo los lugares que inspiraron a tipos como Monet, Chagall, Modigliani y Remedios Varo. Las galerías con sus obras serían mis escalas y el sentimiento de conexión con el artista, que te llega cuando te paras frente a un cuadro sería el que pesa el corazón para ver si no desborda más de lo permitido en el reglamento de vuelo.

Ahorita estoy en el aeropuerto de México, he dejado atrás Xalapa –don-de tu di-ne-ro--va-le más- y el estado de Veracruz latiendo con fuerza. Es más, en un momento pude asomarme a la ventanilla del avión y me di cuenta de que el estado latía tanto que la sangre brotaba de una herida recién abierta con la forma de la última letra del abecedario. ¿Cuándo nos volvimos gente con miedo?

Atrás dejé la supuesta vida que hubiera tenido si nunca me hubiera ido; atrás dejé a Naolinco, la playa selvática de Jicacal y sus fogatas que me han marcado tanto; atrás ya el puerto, el calor y el picnic de noche en la playa; atrás las dunas de Chachalacas; cada vez más atrás Cholula en la UDLA y ella a su vez en el Puebla al que tanto jugo me faltó sacarle; atrás, siempre atrás todo eso que hace un par de años significaba todo para mí y que hoy forma parte de la historia que cargo cuando me visto, agarro mis maletas y me subo a otro camión que me lleva hacia mi próximo destino. En esta ocasión de regreso a mi vida en el viejo continente, a terminar el ciclo que ha sufrido tantos percances desde que lo comencé en el 2004.

El recuerdo del atentado del 15 de septiembre, el sueño de la potencialidad de que un 2 de octubre vuelva a explotar. Las charlas interminables acerca de lo que ocurre en nuestro país violento, casa de las organizaciones criminales más fuertes en el mundo del narcotráfico, el ¿hasta dónde?, el ¿hasta cuándo?, el ¿quién tiene la culpa? ¿Felipe o Fidel? Nosotros cuartados de la exquisita cultura del antro, ellos cobrándoles cuotas de protección, la prensa autocensurada, muda. El -boca en boca- que distorsiona, exagera y mutila. Cada vez menos libertad pues. El hartazgo general que encamina al PRI a su regreso a los Pinos, con su Peña Nieto llegando en moto.

Todo esto aunado a la gran crisis, de la que fui el más fiel testigo, de la organización en la que más he creído en los últimos ocho años. Y me gustaría sin más dedicar esta entrada a la situación de indiferencia que noté al seno de la hache-o-te. Me di cuenta de que la hache-o-te, una organización amical en donde he pasado la mayoría de mis mejores años, se encuentra inmersa en una disputa fría entre las distintas corrientes que la conforman y que hoy la han estirado tanto hasta su deformación. Y claro que sí, me detendré para exponer a través de este medio cuáles son las corrientes que he identificado en la insuficiente visita que hice a mi ciudad natal. La razón es que por más que me detenga a analizarlas, me sigue resultando difícil escoger de cuál provengo.

Los Bustos // Calificada como descendiente directa de ‘los Culos’, ‘los Bustos’ me resultaron ser los que le rinden culto a Luis Miguel y a Fidel Herrera Beltrán, disfrutan de vestirse con camisa abierta a la mitad y pantalón con zapatos bien lustrados, los que de vez en cuando se atreven a lanzarse al antro, los que cambian más frecuentemente de grupo de ‘viejas’, los que les encanta chupar-acá-chido-conlasviejas-elpomo-yasabeshermano-¡jodertío! En fin, los de derecha pues, pero me refiero a una derecha que más que política es evidencia de la pluralidad de la que gozó la organización hache-o-te cuando unida fue vigente. Sus miembros son distinguidísimos, hay por ahí alguno que entra y sale constantemente pero cuya casa es siempre la sede oficial (antigua sede oficialísima y incubadora de la hache-o-te) pero no es mi propósito nombrarlos. No hay nada mejor que pasarse una noche entera muriéndose de risa con ellos, para mí la mejor opción cuando quieres olvidarte del golpe que te dieron al medio día.

Los Chachos // Tribu descendiente directa de aquél trío inseparable que se separó gracias a ‘la Traición’ (así con mayúscula) del innombrable y que cuenta con un líder indiscutible e incuestionable. En esta corriente encontramos el culto a la novedad musical, al podcast de Olallo, la revista R&R, los conciertos y a la única vieja que existe en la vida de cada uno de los integrantes, aunque haya por ahí alguno de sus miembros que se encela de vez en cuando. Ellos son los de la izquierda crítica, rebelde y arrogante pero la más vulnerable ante el –no- de alguna vieja. No les importa cómo vestirse, pero sí llegan a relacionarse con la gente si la rola de su estéreo vale la pena. Han trasladado su sede a la azotea de donde se puede apreciar y sobre todo mentarle la madre a la araucaria de la fidelidad. Nada mejor que un tequilita, buena música y una plática interminable con estos entrañables personajes.

Los Motas // Digamos que son el ala centrista que funge de bisagra entre los dos grandes grupos. En ella hay como tres, a veces cuatro integrantes, pero es suficiente para marcar la diferencia cuando en alguna reunión son convocados.

Los Intermitentes // En esta corriente que no es fácil de identificar sitúo a aquellos que llegan de vez en cuando o sólo en las ocasiones especiales. A ‘los intermitentes’ les molesta a sobremanera tener que escoger con qué bando salir a chupar. Ellos se fueron cuando la hache-o-te todavía funcionaba unitariamente y ellos son quizás una de las causas que provocaron la escisión dentro de la organización. Unos prefieren intentar los reencuentros y otros ya se dieron por vencidos. Pongámoslos como los partidos pequeños que se adhieren a esta o aquella corriente según lo atractivo de la idea en el momento.

Antes de seguirle, disculpen si la arrogancia aparente de esta entrada no es lo suficientemente palpable como para tropezarme con la misma piedra que dejé tirada hace un par de semanas… Al final sólo estoy recordando de dónde vengo, porque dicen que cuando no sabes a hacia dónde ir, sólo basta pararte un momento, darte la vuelta y mirar hacia atrás.

Ojalá toda la vida pudiera pasarla de viaje. Que la vida nos cobre los pasajes de ida que le debemos con regresos cada vez más firmes. Espero en serio seguir cantando cada que nos vemos, como reacción instintiva.

Que nos vaya bien…